El comercio internacional dice mucho de la relación entre naciones. La mirada más crítica y sin atenuantes es la que indica que en la negociación por un mayor y mejor acceso a los mercados -es decir, lograr posicionar más exportaciones, con aranceles más bajos en su importación en destino- desnuda la total hipocresía de los países.
Por Emiliano Galli
En el fondo todos quieren exportar más de lo que importan. Esto es imposible. No todos pueden hacerlo. Históricamente, a fuerza de las armas primero, y de la tradición después, los poderosos son los que imponen el producto con valor agregado y salen ganando en esa balanza comercial injusta del intercambio de mercaderías.
La hipocresía es de todos. Es en parte cierto que hoy esta impostura no exenta de falacias la encarna mayormente el mundo desarrollado. Es curioso verlo al secretario general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el francés Pascal Lamy, bregar por la liberación de los flujos de comercio y por atenuar las barreras de acceso a los mercados, cuando hace poco menos de 10 años era el mismísimo e inflexible negociador de una Unión Europea que reclamaba la apertura del mercado de servicios en Brasil, y mejor trato para su industria, en el fraguado acuerdo integral negociado con el Mercosur.
Pero también es hipócrita el mundo emergente, cuando transfigura el semblante y asume un tono revanchista en un momento en el que los Hados le son funestos al mundo desarrollado.
¿No debería a esta altura la economía asumirse más como una filosofía que como una ciencia? ¿Y la política, entonces, en cuanto toma de decisiones trascendentes para el bien común?
En el fondo no hay debate en el mundo. Ni diálogo. Ni comunicación. Ni empatía. Ni posibilidad alguna de equilibrio, a menos que quien más responsabilidades tenga asuma el papel que le toca, y que se armó para sí, histórica y tradicionalmente..